martes, 31 de mayo de 2011

La cuchara




Un estudiante de zen se quejaba de que no podía meditar: sus pensamientos no se lo permitían. Habló de esto con su maestro diciéndole: "Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar; cuando se van unos segundos, luego vuelven con más fuerza. No puedo meditar. No me dejan en paz". 

El maestro le dijo que esto dependía de él mismo y que dejara de cavilar. 

No obstante, el estudiante seguía lamentándose de que los pensamientos no le dejaban en paz y que su mente estaba confusa. Cada vez que intentaba concentrarse, todo un tren de pensamientos y reflexiones, a menudo inútiles y triviales, irrumpían en su cabeza.

El maestro entonces le dijo: "Bien. Aferra esa cuchara y tenla en tu mano. Ahora siéntate y medita". 

El discípulo obedeció. 

Al cabo de un rato el maestro le ordenó:"¡Deja la cuchara!". 

El alumno así hizo y la cuchara cayó obviamente al suelo. 

Miró a su maestro con estupor y éste le preguntó: "Entonces, ahora dime quién agarraba a quién, ¿tú a la cuchara, o la cuchara a ti?.



lunes, 30 de mayo de 2011

El perro sujetado




En un lujoso palacio vivía un brahmino, gobernador de una región y dueño de un maravilloso perro. El animal era corpulento, fiero y de temperamento orgulloso. No era difícil que se enfrentara a otros perros, por lo que casi siempre lo paseaban atado con una correa. Perro y amo eran caracteres jactanciosos merecedores el uno del otro. 

Cada vez que el perro se encontraba con otro can, empezaba a tirar de la correa con todas sus fuerzas. Su amo, sin dejar de sujetarlo con determinación, intentaba calmarlo hablándole dulcemente: " no hagas así...déjale al pobrecito tranquilo". También se agachaba y le rodeaba con el brazo como para protegerle mientras que el bravo animal mostraba todo su repertorio de amenazas. Parecía de verdad un perro fiero e implacable. Dado su tamaño y su furor, todos le temían.

Un día, el brahmino encargó a un nuevo sirviente que paseara al perro, pero olvidó advertirle sobre el carácter del animal, quizás dando por hecho que todo el mundo tenía que saber que el perro del brahmino era algo especial. No obstante, para el sirviente, éste era únicamente un perro como muchos, por lo cual ignoraba su excentricidad. 

Como era previsible, nada más encontrarse en contacto visual con otro can, el animal del brahmino dio rienda suelta a su violento temperamento y, de repente tiró enérgicamente de la correa. El siervo, que no estaba preparado para tal situación, no supo reaccionar adecuadamente y soltó la cinta. El perro perdió ligeramente el equilibrio hacia delante, dándose así cuenta de que no estaba siendo sujetado. 

Ahora estaba libre de sujeción y que la acción dependía exclusivamente de él, se encontró frente a un dilema: o dar séquito a sus amenazas iniciales empezando la batalla, o evitar la confrontación. El imperioso animal titubeó: al fin y al cabo el otro perro, aún más pequeño, no había dado signos de sumisión y estaba listo para la lucha. "Seguramente -se dijo el noble perro- podría matarle fácilmente, pero si me mordiera, ¿que sería de mi noble aspecto?. No, no merece la pena. Por esta vez le dejaré vivir". Emitió unos gruñidos y volvió donde el servidor.

Una vez en el palacio, el doméstico relató lo ocurrido al brahmino, el cual vislumbró la verdad sobre la naturaleza de su perro y la del hombre y, desde entonces, acostumbró a pasear al animal sin ataduras. No sólo el perro dejó de amenazar a los otros animales, sino que también los súbditos del brahmino vivieron más felices. El perro le había mostrado a su dueño la manera sabia de gobernar.

domingo, 29 de mayo de 2011

El ladrón de dicha




Cuenta una antigua leyenda que un anciano sabio vivía en las afueras de una pequeña ciudad de provincia. El hombre era muy conocido no sólo por su sabiduría, sino también por su buena suerte.

En la misma ciudad vivía también un joven que, aunque fundamentalmente honesto, estaba constantemente en pos de la suerte, la fama y la riqueza. Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos, la "diosa vendada" no quería sonreírle. 

El joven ya no sabía qué más hacer y estaba al borde de la depresión, cuando se le ocurrió ir a ver al sabio para pedirle cuál fuera el secreto de su éxito. En efecto, todo lo que precisaba, el sabio lo tenía. Y todo lo que emprendía le salía redondo. No le faltaba ni hogar, ni comida, ni ropa. La gente le amaba, respetaba y veneraba. No carecía de riqueza espiritual, pero tampoco de medios materiales.

Aquel día el joven se levantó muy pronto para evitar las colas interminables de personas que iban a pedirle consejo al anciano. Se vistió con sus mejores vestidos, se arregló y llegó a la morada del sabio de buen hora. Llamó al portal. El sabio le abrió y, amablemente, le recibió en su casa. Una vez terminadas las presentaciones formales, el joven fue directamente al grano y dijo:

- La razón de mi visita es sencilla: querría saber tu secreto para vivir tan holgadamente. Verás, he notado que no te falta nada, mientras a mi me falta todo, y esto es a pesar de mis esfuerzos y buena voluntad. También he notado que mucha gente posee bienes materiales, pero son infelices. En cambio a ti no te falta tampoco la felicidad. Dime, ¿cuál es tu secreto?

El sabio le miró interesado y sonrió diciéndole:

- Mi respuesta también es sencilla: el secreto de mi buena suerte es que yo robo...

- ¡ Lo sabía ! -exclamó el joven- habría tenido que deducirlo yo mismo. ¡ Eso era el secreto !.

- ¡ Espera ! Todavía no he acabado -dijo el anciano-, pero el joven ya había salido corriendo y exultando. El santo intentó darle alcance pero no pudo, por lo que regresó imperturbable y calmadamente a su casa.

Tras la visita al sabio, la vida del joven cambió radicalmente: empezó a robar aquí y allá, a revender las cosas sustraídas a los demás y a enriquecerse. Cometía toda clase de hurtos: robaba animales, cosas, dinero e incluso entraba a robar a casas. La fortuna parecía haber empezado a sonreírle, cuando fue capturado por las autoridades. Fue procesado por numerosos delitos y condenado a cinco años de dura cárcel. Durante su estancia en la prisión tuvo tiempo de meditar y llegar a una conclusión. 

Según sus deducciones, el anciano se había burlado de él, y más idiota había sido él mismo por seguir tan necio consejo. Se prometió que una vez salido de ahí, volvería a ver al anciano para darle su merecido.

Los años pasaron y el joven fue puesto en libertad tras pagar su deuda con la sociedad. Nada más estar libre otra vez, ni siquiera pasó por su casa, sino que se fue directamente a la residencia del sabio. Tras llamar impacientemente a la puerta, el sabio abrió.

- Ah, eres tú -le dijo-.

- Sí, soy yo y he venido para decirte lo inútil que eres, viejo tonto. ¿Sabías que gracias a tu consejo me he pasado los últimos cinco años de mi vida en la cárcel? Si todos los consejos que das son así, menudos imbéciles que tenemos que ser los que te escuchamos.

El anciano le escuchaba con paciencia, y cuando la rabia del joven remetió, así le contestó:

- Comprendo tu rabia. Pero el artífice de tu desdicha eres tú y solamente tú, sobre todo por tu incapacidad de escuchar. Cuando viniste aquí hace cinco años, te dije la verdad, te dije mi método para asegurarme la dicha, solo que tú no quisiste oír más y entendiste lo que quisiste. 

Cuando te dije que yo robo, era verdad, solo que no robo a los humanos. Robo aire, luz, agua y energía. Robo "chi". Verás, robo al Tao porque el Tao es vacío y utilizándolo nunca rebosa, se vacía sin agotarse2, y su función no se agota nunca.

sábado, 28 de mayo de 2011

La distracción




En un monasterio budista dos discípulos destacaban particularmente por su brillante inteligencia, si bien fueran muy diferentes el uno del otro.

El primero solía pedir al abad que le dejara salir del monasterio para ver el mundo y en él poder poner en práctica su zen. El otro se contentaba con la vida monástica y, aunque le hubiera gustado ver el mundo, esto no le creaba ningún afán en absoluto.

El abad, que nunca había accedido a los pedidos del primer monje, pensó un día que tal vez los tiempos eran maduros para que los jóvenes monjes fueran puestos a prueba. Les convocó, anunciándoles que había llegado el momento de que se fueran por el mundo durante todo un año. El primer monje exultaba. Dejaron el templo el día siguiente al amanecer.

El año transcurrió rápido y los dos monjes regresaban al monasterio con muchas experiencias para contar. El abad quiso verles para conocer lo que ese año había supuesto para ellos y qué habían descubierto durante su estancia en el mundo laico.

El primer monje, el que quería conocer el mundo material, dijo que la sociedad está llena de distracciones y tentaciones, y que es imposible meditar ahí fuera. Para practicar el zen no existe mejor lugar que el monasterio.

El otro, por el contrario, dijo que salvo algunos aspectos superficiales no encontró gran diferencia a la hora de meditar y practicar el zen en el mundo exterior. Por tanto, a su parecer, quedarse en el templo o vivir en sociedad, le resultaba igual.

Tras haber escuchado ambos relatos, el abad les dio a conocer su decisión: al segundo monje le concedió la autorización para que se fuera. Al primero le dijo: "será mejor que tú te quedes aquí, todavía no estás preparado".

viernes, 27 de mayo de 2011

La chica




Dos monjes estaban peregrinando de un monasterio a otro y durante el camino debían atravesar una vasta región formada por colinas y bosques.

Un día, tras un fuerte aguacero, llegaron a un punto de su camino donde el sendero estaba cortado por un riachuelo convertido en un torrente a causa de la lluvia. Los dos monjes se estaban preparando para vadear, cuando se oyeron unos sollozos que procedían de detrás de un arbusto. 

Al indagar comprobaron que se trataba de una chica que lloraba desesperadamente. Uno de los monjes le preguntó cuál era el motivo de su dolor y ella respondió que, a causa de la riada, no podía vadear el torrente sin estropear su vestido de boda y al día siguiente tenía que estar en el pueblo para los preparativos. Si no llegaba a tiempo, las familias, incluso su prometido, se enfadarían mucho con ella.

El monje no titubeó en ofrecerle su ayuda y, bajo la mirada atónita del otro religioso, la cogió en brazos y la llevó al otro lado de la orilla. La dejó ahí, la saludó deseándole suerte y cada uno siguió su camino.

Al cabo de un rato el otro monje comenzó a criticar a su compañero por esa actitud, especialmente por el hecho de haber tocado a una mujer, infringiendo así uno de sus votos. Pese a que el monje acusado no se enredaba en discusiones y ni siquiera intentaba defenderse de las críticas, éstas prosiguieron hasta que los dos llegaron al monasterio. Nada más ser llevados ante el Abad, el segundo monje se apresuró a relatar al superior lo que había pasado en el río y así acusar vehementemente a su compañero de viaje.

Tras haber escuchado los hechos, el Abad sentenció: "Él ha dejado a la chica en la otra orilla, ¿tú, aún la llevas contigo?".

jueves, 26 de mayo de 2011

El fantasma




Esta es la historia de un joven que no podía dormir casi nunca puesto que un fantasma espectral le aparecía en sueños y le angustiaba revelándole todos los secretos más íntimos que él albergaba, demostrándole así que lo sabía todo acerca de él.

El joven estaba desesperado, hasta el punto que llegó a detestar el momento de acostarse pese al cansancio acumulado. Había visitado doctores y psicólogos, había confesado su problema a amigos, lo había intentado todo, pero sin resultados: el espectro seguía presentándose cada noche y le recordaba todos los rincones más íntimos y dolorosos.

Ya al borde de un colapso nervioso, decidió pedir auxilio de un célebre maestro zen que practicaba en la misma provincia. Fue a ver al maestro que le recibió amistosamente. Tras haberle explicado el dilema, el joven añadió: " Ese fantasma lo sabe todo, absolutamente todo acerca de mí, ¡incluso conoce mis pensamientos! No puedo sustraerme a su dominio ". El maestro pensó que la solución no estaba fuera del alcance del chico y le sugirió que hiciera un trato con el fantasma. " Esta noche, antes de acostarte -le dijo- coge un puñado de lentejas al azar y no las sueltes. Luego acuéstate y espera. Cuando el espectro se presente proponle un trato. Dile que si adivina cuántas lentejas tienes en la mano será para siempre tu dueño y que si no lo adivina deberá desaparecer para siempre. Vamos a ver que pasa ".

El chico procedió del modo que le aconsejo el maestro. Poco después de acostarse el fantasma apareció y le dijo: " Sé que intentas librarte de mí. También sé que te has ido a ver aquel bobo del monje zen para que te ayude a echarme, pero tus esfuerzos no te servirán para nada ".

"Bueno -respondió el joven- ya sabía que me habrías descubierto, así como supongo que indudablemente sabrás cuantas lentejas tengo en el puño ". El fantasma desapareció para no volver nunca jamás. Lo que no sabía el chico no lo podía saber su fantasma.

miércoles, 25 de mayo de 2011

El te




Un importante catedrático universitario se encontraba últimamente en extraños estados de ánimo: se sentía ansioso, infeliz y si bien creía ciegamente en la superioridad que su saber le proporcionaba, no estaba en paz consigo mismo ni con los demás. Su infelicidad era tan profunda cuan su vanidad. 

En un momento de humildad había sido capaz de escuchar a alguien que le sugería aprender a meditar como remedio a su angustia. Ya había oído decir que el zen era una buena medicina para el espíritu.

En su región vivía un excelente maestro y el profesor decidió visitarle para pedirle que le aceptara como estudiante.

Una vez llegado a la morada del maestro, el profesor se sentó en la humilde sala de espera y miró alrededor con una clara -aunque para él imperceptible- actitud de superioridad. La habitación estaba casi vacía y los pocos ornamentos sólo enviaban mensajes de armonía y paz. El lujo y toda ostentación estaban manifiestamente ausentes.

Cuando el maestro pudo recibirle y tras las presentaciones debidas, el primero le dijo: "permítame invitarle a una taza de té antes de empezar a conversar". El catedrático asintió disconforme. En unos minutos el té estaba listo. Sosegadamente, el maestro sacó las tazas y las colocó en la mesa con movimientos rápidos y ligeros al cabo de los que empezó a verter la bebida en la taza del huésped. La taza se llenó rápidamente, pero el maestro sin perder su amable y cortés actitud, siguió vertiendo el té. 

El líquido rebosó derramándose por la mesa y el profesor, que por entonces ya había sobrepasado el límite de su paciencia, estalló airadamente tronando así: " ¡ Necio ! ¿ Acaso no ves que la taza está llena y que no cabe nada más en ella ?". Sin perder su ademán, el maestro así contestó: "Por supuesto que lo veo, y de la misma manera veo que no puedo enseñarte el zen. Tu mente ya está también llena".

martes, 24 de mayo de 2011

El roble y la caña



Había un roble en la orilla de un río. A los pies del roble crecía una caña. Todos los días, el roble reprendía a la caña por doblarse a un lado y a otro según soplara el viento. "Mírame a mí, cañita", decía el roble. "Observa cómo no me doblego ante nadie, porque soy un roble y soy fuerte". La caña no decía nada; no valía la pena. Una noche hubo una tormenta terrible y el viento sopló ferozmente, con mucha más fuerza que de costumbre. Al amanecer, el roble estaba partido en dos, pero la cañita seguía en pie, meciéndose bajo la luz del sol.


lunes, 23 de mayo de 2011

El círculo del 99






Había una vez un rey muy triste, y tenía un sirviente que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz.


Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.


Un día el rey lo mandó a llamar.


-Paje..., le dijo- ¿Cuál es el secreto?

-¿Qué secreto, Majestad?

-¿Cuál es el secreto de tu alegría?

-No hay ningún secreto, Alteza...


-¡No me mientas, paje! ¡He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira!

-No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.


-¿Porqué estás siempre alegre y feliz? ¿eh...? ¿Por qué...?


-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo.  -Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados, y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos. ¿Cómo no estar feliz?

-¡Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar! - Dijo el rey... -¡Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado!

-Pero Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría mas que complacerlo,  pero no hay nada que yo este ocultando...

-¡Vete, vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.



El rey estaba como loco... No conseguía explicarse como el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.

Cuando se calmó, llamó al mas sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.

-¿Porqué él es feliz?

-Ah..., Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.

-¿Fuera del círculo?

-Así es.

-¿Y eso es lo que lo hace feliz?

-No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz. 

-A ver si entiendo, estar en el circulo te hace infeliz...

-Así es.

-¿Y como salió?

-Nunca entró...

-¿Qué círculo es ese?

-El circulo del 99.

-Verdaderamente, no te entiendo nada.

-La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.

-¿Cómo?

-Haciendo entrar a tu paje en el círculo.

-¡Eso, eso...! ¡Obliguémoslo a entrar!

-No es tan fácil, Alteza. -Nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.

-Entonces habrá que engañarlo...

-No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, el entrará solito, solito...

-¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?

-Sí, se dará cuenta.

-¡Entonces no entrará!

-No lo podrá evitar...

-¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo 
circulo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?

-Tal cual. Majestad. ¿Estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la  estructura del círculo?

-¡Si!  

-Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro... ¡Ni una mas ni una menos...,99!  

-¿Qué más? ¿Llevo los guardias, por si acaso...?  

-No es necesario, nada mas que la bolsa de cuero, Majestad, -Hasta la noche.  

-Hasta la noche.



Y así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey y ambos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba.  

Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio tomó la bolsa y le pinchó un papel que decía:  

“Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre, disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste”.  

Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse.  

Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía.  

El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa... y al escuchar el sonido metálico se estremeció, aferró la bolsa contra su pecho, miró hacia todos lados de la puerta, y volvió a entrar a su casa.  

Entonces, se arrimaron a la ventana para ver la escena.



El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado solo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido sobre ella.  

Sus ojos no podían creer lo que veían... ¡Era una montaña de monedas de oro!  

Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas a su disposición.  

El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas.  

Las juntaba y desparramaba, después hacía y deshacía pilas de monedas.  

Así, jugando y jugando, comenzó a hacer pilas de 10 monedas.  

Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis.... y mientras, sumaba: 10, 20, 30, 40, 50, 60.... hasta que formó la última pila:  
¡¡¡99 monedas...!!!  

Su mirada recorrió primero la mesa, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa.  

"No puede ser", pensó. Puso la ultima pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.  

-¡¡Me robaron -gritó- ¡¡Me robaron, malditos!!  

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas...  

Vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba.  

Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro. "Sólo 99...".   
"99 monedas. Es mucho dinero", pensó.  
Pero me falta una moneda...  
Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número completo, pero noventa y nueve, no...


El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, sus ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes.


El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña.  
Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.  

¿Cuánto tiempo tendría qué ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien...?  

Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta.



Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla...  

Después, quizás no necesitaría trabajar más...  

Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar...  

Con cien monedas de oro un hombre es rico...  

Con cien monedas se puede vivir tranquilo...  



Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.  

"Doce años es mucho tiempo", pensó.  

Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. (Y él  mismo, después de todo, terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello...).



Volvió a sacar las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero.  

¡¡¡Era demasiado tiempo...!!!  

Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para  vender...  

Vender...

Vender....  



Estaba haciendo calor... ¿Para qué tanta ropa de invierno?  

¿Para qué más de un par de zapatos?  

Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.  



El rey y el sabio volvieron al palacio.  

El paje había entrado en el círculo del 99...



Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche.  

Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando  y con cara de pocas pulgas.  

-¿Qué te pasa?- Preguntó el rey de buen modo.  

-¡Nada me pasa..., nada me pasa...! 

-Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.  

-¡Hago mi trabajo! ¿Verdad? ¿Qué otra cosa querría su Alteza..., que fuera su bufón y su juglar también?  


No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.

No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor...

Vos y yo, y todos nosotros, hemos sido educados en esta estúpida ideología: “Siempre nos falta algo para estar completos, y solo completos se puede gozar de lo que se tiene”. 
Por lo tanto (nos enseñaron), la felicidad deberá esperar a completar lo que falta...



Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida.

Pero... ¿Qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por cien del tesoro, que no nos falta nada, q
ue nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo “cien” que “noventa y nueve”, que todo es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que seamos estúpidos, para que jalemos del carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados?



Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual...

¡Eternamente igual...!

¡Cuántas cosas cambiarían..., 
si pudiéramos disfrutar 
de  nuestros tesoros tal como están...!

domingo, 22 de mayo de 2011

La tacita




Se cuenta que alguna vez en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Una de sus tiendas favoritas era una adonde vendían vajillas antiguas.

En una de sus visitas a la tienda vieron una hermosa tacita. "Me permite ver esa taza?", preguntó la señora... "¡Nunca he visto nada tan fino como eso!".

En cuanto tuvo en sus manos la taza, escuchó que la tacita comenzó a hablar.
La tacita le comentó: "Usted no entiende! ¡Yo no siempre he sido esta taza que usted esta sosteniendo! Hace mucho tiempo yo sólo era un montón de barro amorfo. Mi creador me tomó entre sus manos y me golpeó y me amoldó cariñosamente; llegó un momento en que me desesperé y le grité: "Por favor, ya déjame en Paz!" Pero sólo me sonrió y me dijo: "Aguanta un poco más, todavía no es tiempo".

-Después me puso en un horno. ¡Yo nunca había sentido tanto calor! Me pregunté porqué mi creador querría quemarme, así que toqué la puerta del horno.

-A través de la ventana del horno pude leer los labios de mi creador que me decían: "aguanta un poco más, todavía no es tiempo".

-Finalmente se abrió la puerta. Mi creador me tomó y me puso en una repisa para que me enfriara. "Así está mucho mejor!" me dije a mí misma, pero apenas me había refrescado cuando mi creador ya me estaba cepillando y pintando.

-¡El olor de la pintura era horrible! ¡Sentía que me ahogaría! "¡Por favor detente!" le gritaba yo a mi creador, pero él sólo movía la cabeza haciendo un gesto negativo y decía "aguanta un poco más, todavía no es tiempo".

-Al fin dejó de pintarme; pero esta vez me tomó y me metió nuevamente a otro horno ¡No era un horno como el primero, sino que era mucho más caliente!

-¡Ahora sí estaba segura que me sofocaría! ¡Le rogué y le imploré que me sacara! ¡Grité, lloré!... Pero mi creador sólo me miraba diciendo "aguanta un poco más, todavía no es tiempo."

-¡En ese momento me di cuenta que no había esperanza! ¡Nunca lograría sobrevivir a ese horno! Justo cuando estaba a punto de darme por vencida, se abrió la puerta y mi creador me tomó cariñosamente y me puso en una repisa que era aún mas alta que la primera. Allí me dejó un momento para que me refrescara.

-Después de una hora de haber salido del segundo horno, me dio un espejo y me dijo: "Mírate! Ésta eres tú!" ¡Yo no podía creerlo!... Esa no podía ser yo.
-¡Lo que veía era hermoso! Mi creador, nuevamente, me dijo: "Yo sé que te dolió haber sido golpeada y amoldada por mis manos, pero si te hubiera dejado como estabas, te hubieras secado.

-Sé que te causó mucho calor y dolor estar en el primer horno, pero de no haberte puesto allí, seguramente hubieras estallado.

-También sé que los gases de la pintura te provocaron muchas molestias, pero de no haberte pintado, tu vida no tendría color. Y si yo no te hubiera puesto en ese segundo horno, no hubieras sobrevivido mucho tiempo, porque tu dureza no habría sido la suficiente para que subsistieras.

-¡Ahora tú eres un producto terminado! ¡Eres lo que yo tenía en mente cuando te comencé a formar

sábado, 21 de mayo de 2011

Zanahoria, huevo y café




Había una vez una hija que a menudo se quejaba a su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía como hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café.

Las dejó hervir sin decir palabra.

La hija esperó impacientemente, preguntándose que estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó la zanahorias y las puso en un tazón. Sacó los huevos y los puso en otro tazón. Sacó el café y lo puso en un tercer tazón.

Mirando a su hija le dijo: "Querida ¿qué ves?”

"Zanahorias huevos y café"- fue su respuesta.

Entonces la hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas.

Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera... Luego de sacarle la cáscara observó que estaba duro.

Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: "¿Qué significa esto, padre?"

Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.

La zanahoria llegó al agua, fuerte, dura... pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. 

Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido...

Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado el agua.

"¿Cuál eres tú?", le preguntó a su hija. Cuando la adversidad llama a tu puerta ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"   



¿Y CÓMO ERES TÚ? 

¿ERES UNA ZANAHORIA, QUE PARECE FUERTE, PERO QUE CUANDO LA ADVERSIDAD Y EL DOLOR TE TOCAN, TE VUELVES DÉBIL Y PIERDES TU FORTALEZA? 

¿ERES UN HUEVO, QUE COMIENZA CON UN CORAZÓN MALEABLE?
¿POSEÍAS UN ESPÍRITU FLUIDO, PERO DESPUÉS DE UNA MUERTE, UNA SEPARACIÓN, UN DIVORCIO O UN DESPIDO TE HAS VUELTO DURO Y RÍGIDO?
¿POR FUERA TE VES IGUAL, PERO ERES AMARGADO Y ÁSPERO, CON UN ESPÍRITU Y UN CORAZÓN ENDURECIDO?.....  

¿O ERES COMO UN GRANO DE CAFÉ? 

EL CAFÉ CAMBIA AL AGUA HIRVIENTE, EL ELEMENTO QUE LE CAUSA DOLOR. CUANDO EL AGUA LLEGA AL PUNTO DE EBULLICIÓN EL CAFÉ ALCANZA SU MEJOR SABOR. 


¡SI ERES COMO EL GRANO DE CAFÉ, CUANDO LAS COSAS SE PONEN PEOR TÚ REACCIONAS MEJOR Y HACES QUE LAS COSAS A TU ALREDEDOR MEJOREN!

viernes, 20 de mayo de 2011

El juez, el sabio y el rey




Sucedió hace algún tiempo en cualquier lugar.  Un rey nombro juez a un hombre sabio.  Era un taoísta.  El rey confiaba en que el sabio resolvería con justicia muchos problemas.

El primer caso del juez parecía muy simple.  Se trataba de un ladrón que había confesado y fue agarrado “con las manos en la masa”.  Así que el sabio condenó a un año de cárcel al ladrón.  Pero también condenó al rico.

— ¿Cómo es esto? —dijo el rico.  Yo he sido el damnificado, ¿y me arrestas?

—Sí, respondió el juez.   Tú eres tan responsable como él, si no hubieras acumulado tantas riquezas, él no te habría robado, toda tu acumulación es responsable de su hambre.


Cuando se enteró de esto el rey, inmediatamente destituyó al juez porque pensó así: “Si este hombre continúa su razonamiento llegará hasta mí.”